sábado, 16 de abril de 2011

Cubriendo y descubriendo

Hace algunos años el ser lector en una productora era un trabajo sucio pero pagado. La gente cobraba, dependiendo de la experiencia, por cada guión que leían y del cual hacían un informe que resumía su argumento y la crítica, el llamado “coverage”. A día de hoy eso parece un mito. Algún becario dejó claro que no necesitaba cobrar por hacer eso y ha acabado siendo el trabajo más básico y normal de cualquier guionista que empieza. Que empieza a trabajar gratis, claro.

Veamos desde el principio. ¿Qué le pasa a cualquier aspirante a guionista que quiera hacerse un hueco en la industria? Que necesita escribir algo bueno, y necesita a alguien que lo lea: contactos. En una ciudad como Los Ángeles, en donde hay más fanfarrón por metro cuadrado que coche, y en la cual a la gente le encanta mencionar cuántos famosos son sus amigos, encontrar un contacto adecuado es una tarea ardua. Sobre todo porque precisamente esos, los adecuados, son los menos accesibles.

Por ello, el primer objetivo del guionista principiante ha de ser hacer prácticas. Cualquier persona que haya venido a este país a estudiar (y que, dependiendo de la escuela, probablemente no tiene opción a trabajar si no es en campus, gracias al visado) ha de coger experiencia en “la industria” lo antes posible. ¿Y cómo se hace eso? Con las prácticas.

Las hay para dar y tomar. Entertainment Careers es sólo una de las múltiples fuentes que se pueden consultar para buscar puestos de becario. Cualquier estudio que se precie (NBC/Universal, ABC/Disney, CBS, Warner… ) tiene una página en la que lista todas sus ofertas de empleo y también las de prácticas (por cierto, las de la Disney son pagadas, que es una excepción en la ciudad).

En el caso de los guionistas lo mejor es hacerlas en agencias o productoras en las que tengas acceso a “coverage”. Cuantos más guiones te leas, más enterado estarás, más tendrás que pensar y analizar por qué unos fallan y otros no, y más se va a enriquecer tu escritura personal. Personalmente, el coverage me gusta muchísimo. Ahora bien, cuando toca leer truño tras truño, el amor por el arte se esfuma y uno se pregunta por qué hay gente, no sólo que envía esos guiones, sino que tiene representante, y una servidora, que escribe mejor, no.

¿En qué consiste exactamente el coverage? Es un informe, encabezado por una tabla de puntuación (por si el pez gordo ya no quiere ni leerse el documento entero), en el que se resume el guión y, tras ello, se analiza críticamente: ¿Tiene sentido? ¿Es el argumento sólido? ¿Son los personajes ricos? ¿Está bien escrito? ¿Es diferente? ¿Qué le hace especial? A veces las respuestas son no, no, no, no, no y nada. Y otras veces, y esas son las que más se disfrutan, no todo está perfecto, pero casi, y con mucho potencial (si no eres Aaron Sorkin, alguien va a meterle mano a tu guión y darte notitas sobre él, te guste o no). Cada maestrillo tiene su librillo, o coverage básico que pretenden que rellenes. Pero básicamente es lo mismo.

Dependiendo de las empresas, puedes dar más o menos caña. Yo he hecho coverages en los que básicamente se podía leer entre líneas que el guión era para tirarlo por el váter, y otros amigos míos han recibido críticas acusándoles de ser abusones en su rechazo a los guiones. Sin embargo, no sólo la capacidad crítica, sino también la analítica, se te agudizan hasta extremos insospechados. Yo, que a veces escribo en compañía, he descubierto que soy capaz de desatascar las historias de mis amigos como si les hiciese el informe a ellos también.

Un día maravilloso te das cuenta de que, aunque más complicado, también eres capaz de hacerlo con tu propio guión. Y ese día es grande.

En resumen, el coverage es al becario guionista como las fotocopias al resto de los becarios del mundo. Y, a no ser que seas un Dios, nadie va a pagarte por hacerlo. ¿Conclusión? Si os mudáis a Estados Unidos a perseguir esta carrera, BUSCAD PRÁCTICAS.

Ya estáis tardando.

viernes, 8 de abril de 2011

Vivir para escribir

Estoy leyendo Joy in the Morning, un libro escrito por Betty Smith, la autora de Un Árbol Crece en Brooklyn (que ya estáis tardando en leer, si aún no lo habéis hecho). Joy in the Morning cuenta la historia de Annie, 18 años, y Carl, 20, que se casan una vez que Annie es mayor de edad y decide mudarse con Carl al otro lado del país, en donde él está estudiando derecho. Annie, que no acabó el instituto, es una prolongación del personaje de Francie Nolan en el otro libro, y lee todo lo que cae en sus manos, a la vez que intenta ser una escritora, a pesar de las dificultades y de las carencias que tiene. Annie es lista, y punto.

Muchas veces me pregunto si, de haber nacido en época de Francie o Annie, en las circunstancias en las que ellas lo hicieron, seguiría con tanta pasión esta vocación que tengo de ponerlo todo por escrito, incluso lo que me imagino y todas esas vidas que aún no he llegado a vivir. Como buena privilegiada, desde siempre he tenido el apoyo tanto paterno como general, para seguir por el camino que más me gusta, y a veces temo haberlo tenido demasiado fácil a la hora de luchar por ello.

En otro orden de cosas, el otro día coincidí con una actriz a la que conozco. Como tal, no es demasiado buena. Por no decir algo mala. Teniendo ya una edad, sobre todo para las actrices, me pregunté si alguna buena amiga le diría que dejase de intentarlo, que hiciese otra cosa con su vida. Tras eso procesé que, si algún buen amigo me dijese a mí que dejase de escribir, le mandaría a la porra y no seguiría su consejo. Con la diferencia de que si te gusta escribir lo único que tienes que hacer es sentarte y dedicarte a ello, mientras que si lo que te gusta es actuar, hay muchos otros factores a tener en cuenta a la hora de poner en práctica tu pasión. A no ser que decidas ir a Hollywood Boulevard y pretender que eres Spiderman o Michael Jackson.

Rodeando este pensamiento, mis amigos y yo comentábamos ayer nuestra reunión, el lunes, con varios guionistas de esta ciudad. La revista Script organizó una quedada masiva entre todo el que quisiese presentarse a la cita y conocer a otros muchos dedicados a lo mismo. El ambiente fue un poco deprimente, pero ya he comentado que esta ciudad tiene mucho bueno, pero inspiración a los escritores no provoca, porque estar tan cerca del negocio quema.

Aún así, recuerdo hablar con un guionista cercano a la cuarentena, sino pasado, que me preguntó que cuánto tiempo llevaba escribiendo. Le dije, como siempre, que desde que aprendí a poner dos letras juntas. No recuerdo saber escribir y no hacerlo, pero está claro que no todos los escritores somos iguales. Lo que me sorprendió fue que, cuando le dije que era mi pasión, él me contestó, con toda su modestia, que a él gustarle no le gustaba mucho, pero que sabía que era bueno en ello y que qué iba a hacer. Tras eso inició una diarrea verbal en la que decía lo muy podrido que estaba este mundillo y la tortura que era para él acabar un guión, un proceso largo y doloroso que, literalmente, temía no poder repetir. A mí me daban ganas de sacudirle los hombros y decirle: Sácate de encima toda esa amargura y, si no te gusta escribir, no lo hagas. Y si te gusta, sigue haciéndolo sin importarte el resultado.

Supongo que decir eso a los 25 es más fácil que a los 40, pero no me cabe en la cabeza que dentro de 15 años alguien me pregunte por qué escribo (algo que, por supuesto, seguiré haciendo) y que yo suelte que porque soy buena (algo que está por discutir) pero no precisamente porque me guste. Con la de cosas que hay que hacer en la vida, como para perder el tiempo en algo innecesario que no nos hace felices.

Maldije mucho el Valle, y bendije mucho el otro lado de las colinas, pero en el Valle me siento más en casa y más protegida frente a tonterías como estas que pueblan la ciudad del cine día tras día.

A veces leer historias como las de Annie o Francie Nolan te abren los ojos, y te hacen darte cuenta del privilegio que es vivir para escribir, en vez de vivir para luchar por la posibilidad de escribir.