Muchas veces me pregunto si, de haber nacido en época de Francie o Annie, en las circunstancias en las que ellas lo hicieron, seguiría con tanta pasión esta vocación que tengo de ponerlo todo por escrito, incluso lo que me imagino y todas esas vidas que aún no he llegado a vivir. Como buena privilegiada, desde siempre he tenido el apoyo tanto paterno como general, para seguir por el camino que más me gusta, y a veces temo haberlo tenido demasiado fácil a la hora de luchar por ello.
En otro orden de cosas, el otro día coincidí con una actriz a la que conozco. Como tal, no es demasiado buena. Por no decir algo mala. Teniendo ya una edad, sobre todo para las actrices, me pregunté si alguna buena amiga le diría que dejase de intentarlo, que hiciese otra cosa con su vida. Tras eso procesé que, si algún buen amigo me dijese a mí que dejase de escribir, le mandaría a la porra y no seguiría su consejo. Con la diferencia de que si te gusta escribir lo único que tienes que hacer es sentarte y dedicarte a ello, mientras que si lo que te gusta es actuar, hay muchos otros factores a tener en cuenta a la hora de poner en práctica tu pasión. A no ser que decidas ir a Hollywood Boulevard y pretender que eres Spiderman o Michael Jackson.
Rodeando este pensamiento, mis amigos y yo comentábamos ayer nuestra reunión, el lunes, con varios guionistas de esta ciudad. La revista Script organizó una quedada masiva entre todo el que quisiese presentarse a la cita y conocer a otros muchos dedicados a lo mismo. El ambiente fue un poco deprimente, pero ya he comentado que esta ciudad tiene mucho bueno, pero inspiración a los escritores no provoca, porque estar tan cerca del negocio quema.
Aún así, recuerdo hablar con un guionista cercano a la cuarentena, sino pasado, que me preguntó que cuánto tiempo llevaba escribiendo. Le dije, como siempre, que desde que aprendí a poner dos letras juntas. No recuerdo saber escribir y no hacerlo, pero está claro que no todos los escritores somos iguales. Lo que me sorprendió fue que, cuando le dije que era mi pasión, él me contestó, con toda su modestia, que a él gustarle no le gustaba mucho, pero que sabía que era bueno en ello y que qué iba a hacer. Tras eso inició una diarrea verbal en la que decía lo muy podrido que estaba este mundillo y la tortura que era para él acabar un guión, un proceso largo y doloroso que, literalmente, temía no poder repetir. A mí me daban ganas de sacudirle los hombros y decirle: Sácate de encima toda esa amargura y, si no te gusta escribir, no lo hagas. Y si te gusta, sigue haciéndolo sin importarte el resultado.
Supongo que decir eso a los 25 es más fácil que a los 40, pero no me cabe en la cabeza que dentro de 15 años alguien me pregunte por qué escribo (algo que, por supuesto, seguiré haciendo) y que yo suelte que porque soy buena (algo que está por discutir) pero no precisamente porque me guste. Con la de cosas que hay que hacer en la vida, como para perder el tiempo en algo innecesario que no nos hace felices.
Maldije mucho el Valle, y bendije mucho el otro lado de las colinas, pero en el Valle me siento más en casa y más protegida frente a tonterías como estas que pueblan la ciudad del cine día tras día.
A veces leer historias como las de Annie o Francie Nolan te abren los ojos, y te hacen darte cuenta del privilegio que es vivir para escribir, en vez de vivir para luchar por la posibilidad de escribir.
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